El chorizo riojano es una parte indisoluble de nuestra gastronomía y de nuestra cultura. Forma parte de nuestras vidas desde nuestra más tierna infancia y, quizás por ello, puede que muchas veces nos hayamos preguntado de dónde viene este producto de calidad, lleno de sabor, todoterreno y 100% español, que en los últimos años ha cruzado también fronteras.
Los orígenes del chorizo riojano tenemos que buscarlos muy atrás, hace cientos de miles de años. En la antigua Grecia y durante el imperio romano ya se consumía este embutido acompañado de un buen vino y así lo atestiguan varios testimonios escritos.
Aunque su color y sabor característico no lo adquirirá hasta mucho más atrás, con el descubrimiento de América. Los primeros barcos que volvieron hacia Europa desde el nuevo mundo traían en sus bodegas un ingrediente que, con el paso de los años, sería fundamental para el chorizo riojano que conocemos hoy en día: el pimentón.
El origen de su nombre también es algo incierto, pero se remonta a muchos siglos atrás. La teoría más extendida sostiene que la palabra “chorizo” proviene del latín vulgar sauriciu. De aquí pasó al portugués souriço y de ahí hemos acuñado en España la palabra “chorizo”.
Lo que sí está claro es que el producto que consumimos actualmente es el resultado de un concienzudo proceso de elaboración que abarca diferentes fases: elaboración, maduración, secado y etiquetado.
Y el resultado es el chorizo riojano que más nos gusta, con un sabor y un aroma intenso y equilibrado en el que predominan los toques de pimentón y ajo, una consistencia firme, un corte liso y bien ligado y una forma muy características en forma de sarta o herradura.
Durante todo el proceso de elaboración, la IGP chorizo riojano garantiza que el producto haya sido elaborado siguiendo los más altos estándares de calidad en todas las fases.
Todo ello convierte al chorizo riojano en un producto atemporal, que sabe adaptarse sin problemas a los nuevos tiempos y a nuevos hábitos de consumo. Fue uno de los primeros alimentos que comenzaron a servirse como tapas en la península ibérica y aún hoy se sigue haciendo. Es ideal para consumir de manera desenfadada en veladas entre amigos, en el tradicional bocadillo de media tarde o en guisos y platos más elaborados a los que deseemos añadirle un toque de sabor. Tanto dentro como fuera de España.
Y es que la calidad no entiende de fronteras ni de épocas.